La semana pasada me invitaron a participar en el acto de celebración del 10 aniversario del Cibernàrium, el primer multiespacio de Barcelona dedicado a la divulgación tecnológica, formando parte de la mesa “Joves emprenedors 2.0: projectes empresarials a Internet”, lo cual, a mis casi 42 años, es todo un alago.
Resultó ciertamente enriquecedor compartir experiencias con otros «jóvenes» (esta vez, de los de menos de 42 años: David Blanco, de Tractis; Fabiola Jaquero, de Evenion; Mouna Mahassine, de Monazen; Jordi Ramot, de Wikiloc; y Marc Roure, de Trendtation), todos ellos derrochadores de ilusión y confianza por sus proyectos.
Tras la misma, asistimos a una charla «a 2 voces» por parte de Sixto Arias y Enrique Dans, ambos con unas tablas de espectáculo, en la que el primero hizo un ameno recorrido por el recorrido sufrido por internet en sus 10 años de historia, y el segundo, plasmó de alguna manera los que considera son los «4 jinetes del apocalipsis» que la amenazan seriamente:
– La Legislación en torno a la propiedad intelectual, que realmente no protege al creador, sino al «copista».
– Los Medios de Comunicación, que aún no saben quién les ha robado su queso, pensando que son aquellos que enlazan a «sus noticias».
– Las Operadoras de Comunicación, que pueden cargarse el pilar básico de la neutralidad de la red, especialmente en el internet móvil.
– El Poder Político, con «potenciales y peligrosas aportaciones» en el ámbito de la privacidad e identificación en la red, tanto en la entrada, como en la participación.
Personalmente, reconozco que «el tercer jinete» me dio que pensar, pues a la larga podría significar que para poder circular con fluidez en las autopistas de la información que las operadoras regulan, y si quieres asegurar un correcto servicio de tu plataforma web a tus usuarios, debes contratar el servicio premium que a tal efecto desarrollen.
Y aquí ya no hablamos sólo de dinero: hablamos del espíritu y esencia de la neutralidad de la red.
Nota: Mejor explicado, si bien con no muy buen sonido, te lo cuenta el propio Enrique aquí.